La gran carcajada quedó demodé y la incomodidad de los actores se advierte no solo porque Pilar Gamboa haga de paralítica. El guion de División Palermo 2 consiste en poner un chiste tras otro y generar un atropello, un avasallamiento que deberíamos confundir con el humor.
La trama es peor que cualquiera de las películas de Torrente. No vale la pena detenerse. Además, el modus operandi del wokismo a través de la sátira, perdió eficacia porque entre una temporada y otra del programa han cambiado abruptamente los tiempos: ahora está Milei, y Milei corrió por derecha como nadie las políticas de inclusión y diversidad, de lo que la serie se reía.
El chiste -si lo fuera- no lo agotó un standapero sino un señor presidente de la nación. Y a no olvidarse de otra cosa: el humor judío como padre de los humores de minorías. En la segunda temporada de División Palermo el asunto está demasiado subrayado y nos los recuerda el protagonista, un muchacho que por llamarse Korovsky (Santiago) cree que es inmediatamente gracioso.
“¿Estamos en condiciones de permitir que por ejemplo Nito Artaza cuente chistes de judíos? Nos lo preguntamos en voz alta con el amigo Roberto Moldavsky.
Mirando la serie, de golpe te das cuenta que sonreís. Pero sonreís como si estuvieras activado por la energía hipócrita de un cóctel. Una mueca que acompaña la convención social de una norma demasiado bien escrita. Es entonces cuando decís «basta». Hasta acá llegamos.
Cómo sugerirlo sin resultar ofensivo y que te acusen automáticamente de antisemita: la serie es berreta y hasta da un poco de vergüenza ajena que los actores se parodien a ellos mismos explotando un presunto costado otaku. Digan lo que digan todo suena a charla TED.
No hay necesidad alguna de otra temporada. ¿Cuál sería el motor para que División Palermo 2 merezca que vayamos pasando de un capítulo a otro? Creemos estar asistiendo al fenómeno de serie como oficio, y al oficio como una sucesión de remates a un arco sin arquero.
Un judío, un travesti, un inmigrante boliviano, un ciego, un enano, una mujer en silla de ruedas… El dentista de la icónica Seinfeld –Bryan Cranston- se convirtió al judaísmo, y lo hizo principalmente para poder contar chistes de judíos sin ser criticado. Fue acusado de «antidentista».
«No me digas nada, recién voy por el tercer capítulo». Sería poco probable escuchar la típica advertencia: el alerta spoiler decretó su muerte en División Palermo 2. Dijimos «basta» y sentimos que la paz mental no llega cuando solucionás las cosas, sino cuando te hartás.
¿Nos perdimos el final? ¿Se volvió Jaime Stiuso el personaje de Korovsky? ¿La bobe hizo knishes de papa? ¿Pilar Gamboa logró que pusieran más rampas de discapacitados?
Hasta la temporada anterior, la primera, el humor de la serie sonaba alegre, atractivo. No sabemos por qué dejó de funcionar. Quizás hoy suene a lenguaje inclusivo, a una cosa que no brota de las raíces, sino que se parece a un mandato.
Probablemente Woody Allen o Sacha Baron Cohen hayan sabido sacar ventaja de sus procedencias hebreas. Con indudable talento lograron alcanzar el summum de un género que después fue abriendo, con mayor o menor suerte, distintas franquicias.
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Tráiler de la segunda temporada de «División Palermo»
Nos pasó con la primera temporada y ahora nos lo volvemos a plantear con la secuela de División Palermo: ¿puede que algunos comediantes saquen ventaja sobre otros sólo por pertenecer a la colectividad? ¿Woody Allen es genial porque tiene acceso a un humor que no le sería fácil practicar a gente que se llama José María Listorti, Dady Brieva o Malena Pichot? Dicho de otro modo, ¿Malena Pichot también sería graciosa si fuera judía?