A medida que baje la eufórica espuma de la prisión domiciliaria y las porfías mediáticas del papanatismo argentino sobre visitas, permanencias, tobilleras, manifestaciones y comunicados, empezará a funcionar un recorrido turístico novedoso en la Capital Federal. Tal vez se denomine Paseo Cristina. Las agencias dedicadas al ramo deberán cambiar sus itinerarios y sus buses pasarán por San José 1100 para observar el departamento-presidio de quien fuera exmandataria. Lógico: pieza de interés para cualquier visitante que pretende ver la Casa Rosada, Caminito, la tumba de Gardel o el mismísimo Obelisco.
Aunque hoy no invita el tipo de cambio a la llegada de turistas, pocos o muchos se van a interesar por observar una nueva atracción porteña: el edificio del siglo pasado que alberga a la viuda de Kirchner, en particular su segundo piso. Tal vez, si se organizan sincronizadamente, hasta puedan combinar con la condenada un horario de visitas o de observación cuando ella salga al balcón para tomar “la fresca”, regar alguna plantita y mirar con cierta envidia a los que pastorean por el barrio, sea por ocio, trabajo o simple deseo de pasear en libertad, tema que para Cristina está vedado.
Según sus adláteres, hasta el 2027, cuando asuma un nuevo Presidente y la libere de su celda con varias habitaciones.
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Así lo prometen su vocacional heredero a la Casa Rosada, Juan Grabois; su verdadero heredero, Máximo Kirchner; y la declarada heredera a la gobernación de la Provincia de Buenos Aires, Mayra Mendoza. Atrevimiento no les falta a esta muchachada para probarse la ropita que vas a dejar, según dice Discepolín en “Yira yira”.
A quince días del fallo, este fin de semana se sosegó parcialmente el desborde callejero por la detención. No fueron, claro, los diez días que conmovieron al mundo, pero en el subdesarrollado mundo argentino se advirtió –quizás por lo inédito del caso– la desorientación de la Justicia por la aplicación de la pena (lugar, salida al balcón, manifestantes, etc.) y las demandas de una rea que tampoco parece saber cuáles eran sus vastas pretensiones prioritarias.
Confuso el cuadro, obvia negociación para que ella no invite a subir la temperatura de sus adictos en la calle y, al mismo tiempo, los magistrados eviten concederle privilegios diferentes a cualquier preso común.
Medio bochornosa la situación, en la que más de uno sospecha que, para incrementar su victimización política denunciando una persecución abyecta, Cristina reclama prebendas de la nobleza para indignar a quienes la han juzgado como a una ciudadana de la República. Y le concedan ese gusto.
Igual, hay controversias insólitas: ella pretende salir como una pasionaria al balcón para saludar a sus adeptos –lo que sería otra gran atracción turística, tal vez paga en tiempos de carestía– y al mismo tiempo se queja por una presunta falta de seguridad para quien sufrió un atentado frustrado. Ni Cristina se entiende.
Del mismo modo que la exigencia del tribunal por aplicarle la tobillera carece de sentido común: está rodeada de custodios, ni se le ocurre ir al almacén, difícil que se escape aun disfrazada. ¿Para qué la obstinación de ajustarle ese cerrojo en su departamento? Farsesco el proceso de la prisión controlada.
Confesados legatarios de Cristina como Grabois, por petulancia personal, ya provocaron disgustos en la red peronista al proclamarse con derecho a la sucesión. Si ella ha forzado una unidad ficticia, estas aventuras protagónicas descomponen esa urdimbre, inclusive con vistas a las elecciones de septiembre y, posteriormente, a las de octubre. Volvió a aparecer Máximo, hablando con la voz prestada de la madre, también con un ímpetu individual y superador por portación de apellido. No será fácil, sin embargo, restar ansias de quienes tienen territorio escriturado (los gobernadores e intendentes), o son figuras en distintos distritos –de Sergio Massa a Axel Kicillof– y a una multitud de peronistas orgullosos de esa denominación frente a la impostura de La Cámpora ante la tradición del General. Por más que el PJ sea una licuadora de intereses ideológicos, un movimiento, como lo consignó Perón.
A menos de 15 días del confinamiento en San José al 1100, se advierte una marejada ciclónica oculta bajo la superficie del mar que, como saben los navegantes, puede ser más peligrosa que cualquier otra tormenta. Se verá. A Cristina, por ahora, le queda apostar al insulto fácil sobre personajes malqueridos por el peronismo, como Patricia Bullrich, quien hace lo imposible para que no le ofrezcan un cargo electivo este año, y señalar desde la cárcel fracasos previsibles del Gobierno, como la desocupación, al tiempo que espera la llegada de invitados de otras partes –Lula, por ejemplo– para mantener una presencia mediática de dudosa permanencia.
Para el Gobierno, esta suma de episodios cristinistas ha sido como unas vacaciones de invierno, en las cuales se han dilapidado informativamente las visitas de Javier Milei a Europa o la baja del costo de vida a niveles del 1,5%. Pero lo preservó de otras instancias para las cuales estuvo entusiastamente afónico. Aun así, tomó nota del giro en la velocidad de la Justicia para el futuro, del mismo modo que Mauricio Macri comenzó a desteñirse frente a ese recrudecimiento de cursos y sanciones. Se sacudió el avispero legal: más de una causa congelada tiene en su haber. Suspenso entonces para ampliar o no, a una Corte Suprema de Justicia después de las elecciones, en cambio acuerdo político ya para cambiar al procurador Casal o la designación de los nuevos directores de la Auditoría de la Nación.
Del mismo modo que este martes se reinician conversaciones entre partidos para cumplir un objetivo prometido y comprometido: la reforma laboral. Un pastiche en apariencia. El Gobierno no puede solo, requiere adhesiones. Inclusive hasta de una CGT que se hizo bastante distraída del desenlace presidiario de Cristina y evitó alborotos en la calle, sea por conveniencia, incapacidad técnica o falta de solidaridad con alguien que nunca los quiso como dirigentes. Justo aquellos que en otros momentos de la vida, como la culminación del rodrigazo y el exilio de José López Rega, fueron quienes determinaron esos cambios históricos.
Cristina no tuvo ese respaldo, si es que esa apoyatura existe. Hoy, en apariencia, todo se modificó: ni el sindicalismo respira como fuente de poder, el peronismo está pegado con engrudo y al mileísmo le faltan varios kilos para ser un peso pesado. El intríngulis de un año con elecciones.